Traducción de la versión original de Inglés con la participación de Maria Rosa Calzada Hernández.

Estaba sentada sola, en el suelo del salón, hojeando un álbum de fotos, flotando en los felices días de antaño. Había fotografías de Derek, amigos de Londres, fiestas, luego la boda. Derek estaba tan elegante en traje, la forma en que resaltaba sus cuadrados hombros y cómo se ajustaba a su grueso cuello, aunque fue la única vez que lo vi en traje.

Sabía que él estaba teniendo una aventura, estaba segura, una mujer lo sabe. Nunca dedicaba tiempo a los preliminares, en la cama su deseo le sobrepasaba y me presionaba para tener sexo, frotando mi espalda, besando mi cuello, y eso solía gustarme, sucumbía a sus exigencias y le permitía llevarme a un terreno de placer exquisito. Pero el estrés borró el deseo en mí, y sus peticiones se convirtieron en una fuente de frustración, me rendía por costumbre, y más adelante lo paré completamente, lo rechacé, hasta que de repente dejó de intentarlo. Fue claramente entonces cuando comenzó.

No podría haber imaginado que se integraría mejor que yo, si algo estaba entre mis mayores miedos, antes de que lo vendiéramos todo y dejásemos Londres, es que odiaría esto, incapaz de aprender la lengua, y que al final nos forzaría a irnos, a volver. Pero no, se adaptó como pez en el agua, su francés era mejor que el mío ahora, pasaba todo su tiempo libre abajo, en el bar del pueblo, bebiendo pastis y jugando a petanca atrás con los hombres. Tomó mis reproches y les dio la vuelta: y qué si pasaba todo su tiempo allí abajo, él necesitaba compañía, él quería integrarse, los hombres le echaban una mano como la vez en que Henri le ayudó a encontrar piezas para arreglar el coche, y además había sido mi idea ir allí, no la suya, y a ver por qué yo no me estaba integrando, si eso era lo que yo siempre había querido, en lo que siempre había soñado. Y era verdad, pues cuando estaba cada noche trabajando hasta tarde como consultora de recursos humanos la única cosa que me hacía seguir adelante era la idea de alejarme de todo eso, nunca más leer el periódico The Guardian, nunca más tomar el metro, y vivir en una pintoresca casita de piedra con postigos pintados de azul, en el rural sur de Francia.

La casa era preciosa, y el campo también, pero la vida que había imaginado no se materializó. Conocí a una pareja americana, Sue y Hank; Sue se convirtió en mi primera amiga, pero desgraciadamente tan pronto como nos conocimos ellos se marcharon a Michigan y yo me quedé sola otra vez. Podía oír a los niños jugando arriba, habían tomado la costumbre de hablarse en francés, se estaban volviendo nativos a pesar de que yo les hablaba en inglés cada día. Decían cosas que yo ni siquiera entendía. Definitivamente no ayudaba que siempre me hubiera gustado más Francia que los franceses, o la gente más que la lengua. Por qué no se quedarían las palabras en mi cabeza, seguía olvidando significados, era todo tan borroso como mirar el mundo a través de un cristal curvado o un tupido velo.

Conocí a Anne-Claire en una librería en Carpentras, ella era dulce y amable, y me vio hojeando una novela clásica inglesa. Fuimos a tomar un café unas cuantas veces, y me presentó a François, su amante ocasional, quien dividía su tiempo entre París y Provenza. François era todo lo que Derek no era, él era alto y delgado, y siempre llevaba traje y corbata, era bien hablado y tenía una calma deliberada, fumaba lentamente y tenía buenas maneras. Fuimos a París juntos y me compró zapatos, unos tacones de color rojo brillante que vi en un escaparate de los Campos Elíseos. “Le gustas, lo sabes”, me dijo Anne-Claire, “puedes acostarte con él si quieres, yo no soy para nada celosa.” Y bajo la influencia de algo de un buen vino tinto, le dejé seducirme, y en la cama fue despojado de su comportamiento relajado, fue violento conmigo y a mí me gustó, y le devolví la violencia clavándole las uñas en la espalda hasta que le salió sangre, y le mordí el cuello mientras él me conducía dentro de mí, dejando derramarse toda la frustración, y mi celibato auto-impuesto fue quebrantado en un momento de pasión suprema.

Después la duda se apoderó de mí, la culpa, la frustración. ¿Por qué lo hice? Me levanté del suelo, cerré el álbum y lo devolví a su lugar en la estantería. Subí los escalones, empujé la puerta entreabierta y observé el cuerpo dormido de Derek iluminado por un haz de luz que procedía del rellano. Aparté la sábana y me metí en la cama junto a él, atraje su cuerpo hacia el mío y me quedé despierta mirando al techo, pensando, preguntándome qué hacer ahora.