Una incipiente sospecha
Traducción de la versión original de Inglés con la participación de Maria Rosa Calzada Hernández.
Tuve esos sueños, de un lugar y una persona, recurrentes, imprecisos, llamándome. Siempre me había deleitado con el dibujo, por tanto era natural para mi reflejar sobre papel esas imágenes me mantenían en vela. Me despertaba y, mientras la escena de disolvía, rápidamente iluminaba la habitación, agarraba mi carboncillo y el cuaderno de bocetos que había dejado al lado de mi cama y empezaba a dibujar.
Los bocetos iniciales eran ciertamente vagos, apenas figurativos, pero el sentimiento está allí. Me llamaba la atención a menudo de dónde venían esos sentimiento, puesto que no estaban asociados a ningún recuerdo de mi pasado. Como si hubieran nacido de la nada en mi inconsciente, susurrándome.
Ella giró una página y ojeó la imagen siguiente. Tenía el fuerte sentimiento de ser absorbida por el dibujo, que tenía los márgenes blancos y cuyos detalles se incrementaban en el centro. Había ordenado el montón del antiguo al más reciente. A medida que atravesaba la colección, pasaba de un sueño a otro.
Solo más tarde pensé que quizás ese lugar existiera realmente, y quizás también la persona. Una vez, durante un momento excepcionalmente vívido escuché una resonancia, una palabra en una lengua que no conocía. Decidí dejar mi casa en el punto más al sur del África y viajé a Irlanda, de donde procedían mis ancestros. Las visiones se volvieron más intensas y practiqué mi arte más a menudo. Deambulé por esas tierras, escuchando intensamente, buscando una señal.
A medida que continuaba hojeando, veía más claramente, sentía una incipiente sospecha que no verbalizó. Él siguió hablando suavemente, lentamente, sosegadamente, delicadamente, pacientemente. Una vez, por casualidad, oí un sonido en una conversación en el que reconocí levemente la memoria de aquella resonancia única. Una mujer hablando en una lengua extranjera; me dijo que era francesa.
Viajé a Paris, donde me alojé en un minúsculo apartamento en una callejuela estrecha, en la que los tendederos colgaban de un muro a otro y pasaban, ocasionalmente, peatones errantes; un tranquilo refugio en una agitada ciudad. Aprendí francés, buscando siempre un atisbo de comprensión. Empecé a hablar a la gente sobre mi trabajo, mi viaje, mi investigación. Miraban, curiosos, cómo tu lo haces ahora, aportando comentarios de tanto en tanto.
Ella comenzó a acelerar el ritmo, deteniéndose ocasionalmente a comparar con una versión anterior. Los trazos comenzaban a tomar forma, dibujados casi mecánicamente, pero cada uno de ellos con una única floritura. Se conocieron en una terraza abarrotada, él estaba sentado cuando ella le pidió compartir la mesa puesto que no había más mesas libres. Entablaron una conversación y, cuando ella escuchó su acento le preguntó de dónde era. Y cuando ella le preguntó por qué había venido a su pequeño pueblo, en el corazón de Provenza, él contestó, para su sorpresa, que estaba buscando a alguien, pero no sabía a quien.
Él tenía el aire confiado de quien ha contado la historia muchas veces, a la cual respondió de forma interesada. Él había estado dibujando cuando ella llegó, la escena de la calle, simple en esencia pero, a pesar de todo, cautivadora. Le ofreció mostrarle su trabajo en su habitación alquilada, en el piso de arriba, y ella asintió.
Una vez, una señora en un tren me dijo que las formas le recordaban a su hogar infantil mucho tiempo atrás, en el sur, entre el mar y las montañas, donde crecían los viñedos y los olivares y campos de lavanda. Esta revelación, me llevó a la ciudad amurallada de Aviñón, donde dibujaba día y noche. Sabía que no estaba en el lugar adecuado, pero las emociones se volvieron más fuertes.
Lo que inicialmente había sido una figura apenas humanoide, ahora mostraba carácter, personalidad, individualidad, y la incipiente sospecha se convirtió en un grito reprimido. Estaba llegando al final del montón. Él había organizado una exhibición en la escuela de Bellas Artes de Aviñón, un evento informal por el que algunos desconocidos se dejaron caer y admiraron la presentación. Una mujer preguntó por el nombre del artista, ante quien él se presentó cómo el propio autor en persona. Lo alabó por sus maravillosas representaciones del pueblo de Apt, un lugar que ella tenía en alta estima. Preguntó quién era la chica, a lo que él contestó que no lo sabía, y que nunca había estado en Apt.
Así pues, partió hacia Apt, anidado en los pliegues de las montañas del Luberon. Tomó una habitación, abrió su maleta, y sin siquiera deshacerla , bajó las escaleras hacia el café. Dibujó de memoria, sin abrir los ojos, la escena real enfrente de él y a su alrededor. En ese momento ella vino hacia él y le pidió sentarse. Qué autocontrol, qué sangre fría, estar sentado allí tranquilamente, su mente dando vueltas ante el reconocimiento. Entablan una conversación casual, luego la invita a subir, esperando brutalmente que diga sí, entonces respira profundamente y cuenta su historia.
Ella sostiene la lámina final en sus manos, mirando fijamente un espejo, con los brazos temblando ligeramente. La coloca, boca arriba, y camina hacia las ventanas abiertas donde se enciende un cigarrillo. Qué sorprendente. El humo se curvaba hacia arriba atravesando los últimos rayos de la tarde. Ella le preguntó qué palabra era la resonancia. Su nombre. El que ella le había dicho al presentarse. Un nombre antiguo muy particular. Un nombre muy inusual.